Durante el proceso de la muerte, el alma, que es el cuerpo de materia sutil, comienza poco a poco a desprenderse del cuerpo físico, lo que para la persona es apenas perceptible. En la hora de la muerte, el alma se separa del cuerpo terrenal cuando el hálito de la persona se detiene, alejándose así de la Tierra, el lugar de su vida hasta entonces, que se convierte ahora para ella en el Más allá.
El alma solamente abandona el mundo material, la Tierra, para desplazarse a los planos de purificación o elevarse a ámbitos más luminosos, en tanto que los haya desarrollado en sí misma. Por otro lado, se quedará en el mundo material si está atada todavía a la vida terrenal, si quedan cosas por perdonar o persiste el ansia de bienestar y placer que la atan a la materia.
Si la muerte física se presenta de manera normal debilitándose el cuerpo poco a poco y no cuando sucede una muerte súbita por accidente, entonces transcurre en la persona la llamada película de la vida, unas horas o sólo algunos minutos o momentos antes del fallecimiento. Cuando el alma se prepara para abandonar el cuerpo físico, se suelta ya un poco de él y se activan también el subconsciente y algunas cargas del alma que generarán entonces esta película de la vida.
Alma y hombre reconocen durante la película de la vida, las situaciones que pueden arreglar o reparar, bien en pensamientos o todavía con palabras. Estas situaciones que se reflejan en las imágenes, se hacen vivas en el alma y en el hombre. Alma y hombre las viven de forma muy plástica y presente, como si esto que había ocurrido antaño y no había sido purificado, ocurriese ahora mismo.
Estas situaciones comienzan a ser totalmente reales en el alma y en el hombre, como si todo sucediera en ese instante. Algunos aspectos de estas situaciones empiezan a presionar y pesar en el ánimo de la persona. La persona comienza a respirar pesadamente, abre quizás los ojos de forma exagerada o cambia su mímica constantemente. Quizá también empieza a gesticular o quiere decir algo. Pero al mismo tiempo nota una ayuda invisible que le comunica que es suficiente si repara en pensamientos aquello que está reconociendo ahora, pues ya no puede ni hablar ni actuar. Muchos asuntos pueden ser liquidados todavía si los implicados están dispuestos a perdonar de corazón, si no fuera así, el alma seguirá estando atada a estas causas y también al alma de aquella persona que no le ha perdonado.
Si el hombre acepta su muerte física podrá experimentar conscientemente la misericordia divina en las horas de la muerte. El alma y el hombre viven entonces esta película de la vida con plena consciencia. En el tiempo en que la respiración física fluye todavía suficientemente por el cuerpo, el alma y el hombre observan con tranquilidad aquello que se ha presentado para ser purificado. También reciben la fuerza y la capacidad para llevar a cabo esta purificación todavía plenamente consciente. Por la misericordia de Dios, al hombre le es concedida la posibilidad de afrontar en pensamientos o con palabras lo que ha reconocido y repararlo en la medida en que sea posible de acuerdo con la ley de siembra y cosecha.
Nuestra alma se llevará consigo todo aquello que no hemos purificado, y alcanzará con todo ello en el Más allá solamente el nivel que corresponda a su estado de conciencia. Por lo tanto, cada hombre determina si el Más allá se le presenta como cielo o como infierno. Pues tanto el cielo como el infierno son estados de conciencia, ya que no existe ningún lugar en el Universo, donde Dios envíe a Sus hijos a arder eternamente.
El alma orientada hacia Dios percibirá el maravilloso lenguaje de luz de los seres puros como reconfortante y fortaleciente, que le conducen al gran Ser. El alma oscura siente y percibe en imágenes y en su cuerpo, su comportamiento erróneo. Sus efectos son dolor y sufrimiento, parecido a lo que experimentaron sus semejantes cuando fueron tratados así.
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